La sociedad dice (por David Jurok)

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La sociedad dice (por David Jurok)

La sociedad dice que a los diecisiete años debes elegir una carrera, pero aún eres demasiado joven como para saber lo que harás por el resto de tu vida. ¿Quién te enseñó para qué eras bueno? ¿No estaban demasiado ocupados tus profesores impartiendo conceptos y brindando información que poco a poco se desvanecería en el sepia olvido del desuso como para ayudarte a descubrir quién eres?

Aun así tienes que salir al mundo a elegir un plan de estudios que determinará tu profesión durante el resto de tus días que ya han sido escritos por alguien, un guionista supremo, uno con traje y corbata y quizás algún sombrero peculiar que escribe los libretos y los papeles de todas las personas en el mundo moderno y que lo ha hecho durante los últimos doscientos años.

Entras a estudiar, conoces personas afines, sales de estudiar y ahí es cuando se rompe la burbuja tras lo cual empiezas a notar una realidad inevitable del mundo moderno: todos somos innecesarios y la mayoría de trabajos son irrelevantes. Además somos muchos.

¿Qué te ayuda a sobrevivir cada día?

Una ilusión y una fantasía que la sociedad puso en ti cuando eras pequeño y ha alimentado constantemente a través de los años explotando al máximo los medios de comunicación y creando en tu inconsciente la imagen de una falsa situación mesiánica con la capacidad de arreglar todo lo que esté mal en tu vida y proporcionarte algo de felicidad en esta selva de metal gris: el amor de pareja, un guion hecho en occidente hace pocos cientos de años para controlar a la burguesía, el mayor enemigo de la élite, cuyos matrimonios arreglados creaban alianzas comerciales tan eficientes que el inminente poderío de los empresarios con sus negocios sobrepasaría al de su sangre azul.

La imagen perfecta, la foto perfecta, el mundo perfecto retratado en el instante perfecto: crees en ello y lo persigues como meta de vida, pero tu tiempo se agota y estás corriendo de forma idealista mientras un reloj gigantesco retumba en tu cerebro al aproximarse el número determinado por los señores de traje y quizás sombrero peculiar.

La sociedad dice que a los veinticinco debes casarte… pero a esa edad no tienes estabilidad financiera como para mantener un hogar y mucho menos prometer un futuro a una esposa. Apenas llevas unos pocos años trabajando tras terminar tu carrera que hubiera sido útil treinta años atrás pero actualmente no significa mucho, ¿cómo podrías estar listo?

Pero debes estarlo.

Puedes correr cuánto quieras pero no huirás del siguiente callejón sin salida: la sociedad dice que a los treinta años deberías tener una casa, un carro, una especialización, un máster, una pareja formal, tres hijos y un golden retriever. ¿Cómo lograr todo eso si el tiempo es un líquido menos denso que el agua, un recurso limitado que se evapora como neblina e ilusión?

La respuesta es “a través de la deuda”, y es que la sociedad quiere que te endeudes: ella te dice que compres y compres, que construyas una vida de caja de cereal a través de préstamos incalculables: así se crea el instante perfecto, el mundo perfecto, la foto perfecta y la imagen perfecta, a través de la deuda que es tan perfecta y te convierte en el ciudadano, y en el humano perfecto, y eso es perfecto.

Si debes dinero estás obligado a cumplir con la sociedad y tu voluntad deja de ser tuya. Eres como un criminal pagando una condena, la única diferencia es que no cometiste un crimen, sino que firmaste un papel con un banco y ahora eres como un alma en pena cuyo tiempo y cuya alma fueron vendidos a un tirano invisible y visible que se llama el mundo, la sociedad, la vida, un gigantesco monstruo de metal y plástico que vive en el espacio y en este momento se sirve su almuerzo en la estratosfera: un enorme filete de oro gratinado, marinado con lágrimas de humanos, acompañado de una abundante copa de petróleo en crudo, todo fabricado a través de la esclavitud de una raza entera de hormigas obreras que trabajan para él e intercambian bienes y servicios con papelillos que representan una cantidad específica de su comida… pero no de la de ellos.

“¡No me mates, tengo chicles!”

La sociedad dice…

Sí, la sociedad dice muchas cosas. Como dijo el magnífico escritor francés y premio Nobel de literatura Anatole France:

“En la sociedad no todo se sabe, pero todo se dice.”

Sin embargo, en mi humilde opinión pregunto a todos, ¿por qué deberíamos seguir a un ente que todo lo dice pero no todo lo sabe? ¿No es este corto escrito una recopilación de aquello que aquel ente desconoce pero en lo que aún así pretende forzar nuestras vidas?

¿Qué tal si vivimos bajo nuestros propios preceptos y reglas, desdeñando a la sociedad pero apreciando y valorando a personas individualmente y nunca a una masa amorfa, usando siempre nuestra propia capacidad de observar, pensar, creer, soñar y tomar decisiones que no traicionen a nuestras propias almas para satisfacer al frío e indolente monstruo de metal y plástico que, a diferencia de cada uno de nosotros, carece de alma?

¿Qué tal si pensamos por nosotros mismos y seguimos nuestro verdadero camino, nuestro verdadero corazón? ¿Qué tal si nos volvemos humanos?

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Por David Jurok

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